Querer lleva implícita la idea de posesión. Te quiero para algo, para que estés conmigo, para que me acompañes, a fin de cuentas, los seres queridos son seres de los que se espera algunos comportamientos que nos causen satisfacción.
Querer es, generalmente, causa de sufrimiento. Si quiero a alguien, tengo expectativas, espero algo. Si la otra persona no me da lo que espero, sufro. El problema es que hay una mayor probabilidad que la otra persona tenga otras motivaciones, pues todos somos muy diferentes. Cada ser humano es un universo.
Amar es desear lo mejor para el otro, aún cuando éste tenga otras motivaciones muy distintas. Amar es permitir que seas feliz, aún cuando tu camino sea diferente al mío. Es un sentimiento altruista y desinteresado. Por esto, el amor nunca será causa de sufrimiento.
Cuando una persona dice que ha sufrido por amor, en realidad ha sufrido por querer, no por amar. Se sufre por apegos. Si realmente se ama, no se puede sufrir, pues nada ha esperado del otro. Cuando amamos nos entregamos sin pedir nada a cambio, se da por el simple y puro placer de dar.
Amar produce un gozo profundo. Es la alegría de dar. La única manera de darse cuenta de esto es empezar a aprender a amar. Se puede comenzar por actos pequeños, con las personas a quienes más queremos. Luego, debe extenderse a todas las personas, en todo momento. La mayor felicidad no está en ser amado, sino en la acción de amar al otro.
De modo que nuestra felicidad y gozo está asegurado si dejamos nuestro egoísmo. Seguro que a nuestro alrededor hay cientos de personas que serán felices cuando compartamos con ellas nuestro amor. Y no hay problema al darlo: dar amor no agota el amor, por el contrario, lo aumenta.