jueves, 26 de diciembre de 2013

Gracias a la vida, que me ha dado tanto.~

Muchos conocen la historia de su llegada. Lo que pocos saben es que vino acompañada de un salvavidas: su Coach y al poco tiempo mi Coach también, porque al querer que ella aprendiera a comportarse educadamente y tuviera cierto grado de control sobre sus instintos terminé aprendiendo muchísimo yo también pero no sobre cómo ejercerlo sobre ella porque resulto ser muy inteligente, receptiva y estable, sino sobre mi propio comportamiento y autocontrol.

Aprendió a sentarse y echarse: en ese momento descubrí que soy de bambú y no de roble; que la vida me ha golpeado muchas veces y que a pesar de eso sigo en pie.

Aprendió a caminar junto a mi pierna y a mi ritmo: ahí aprendí a escuchar y cuán importante es quererse a uno mismo. Que las cosas pasan por algo  y cuando tienen que pasar no cuando uno quiere o cuando uno espera que pasen.

Aprendió a dar la mano: fue cuando supe que está bien ceder hasta encontrar un punto medio, de equilibrio, porque no puede ser siempre el mismo el que ceda.

Cuando quise enseñarle a cerrar la puerta, porque con lo arrebatada que es sólo las abre, mi papá me demostró que la sabiduría no sólo se gana con los años sino que también con la experiencia:
-¿No has escuchado mi amor una frase que dice que "Ni los reyes ni los perros cierran las puertas"?
Ese día aprendí que sin importar cuánto empeño y dedicación le ponga a una tarea o a alguien que no está destinado a resultar, jamás resultará.

Cuando ella aprendía dos veces por semana estas lecciones, lo que con orgullo me permite decir que la convirtieron en un espíritu libre que puede desenvolverse con su entorno tranquila, feliz y educadamente, yo aprendí sobre el significado e importancia que tiene darle a toda clase de relaciones interpersonales "espacio", ya que esta es de la única manera en que prosperan.

Aprendió ataque y defensa y esta fue mi mayor lección, porque entendí el verdadero valor de la confianza. Ese día supe que aunque a ratos me sienta sola, en realidad jamás lo estaría, porque está ella en mi vida. Ha recogido mis lágrimas hasta que amanece, no duerme profundo hasta que no comprueba que estoy en mi cama y tampoco me despierta a menos que me descubra 100% despierta entre las sábanas. Espera por mí todas las tardes al llegar con una pelota de tenis en la boca, empujándome al jardín para que juegue con ella.  Es la responsable de muchos de los días en que tengo una sonrisa en la cara y no solo yo si no muchos otros más.

Así todo, mi gran lección final es que no importa cuál fuera la tarea o proyecto que en la vida emprendamos, mucho menos con quien pero siempre, siempre, hay algo que aprender, alguien de quien aprender, y sí dios lo permite, también algo que enseñar; porque nunca se es muy viejo para aprender ni muy joven para enseñar.

Así que, infinitas e interminables gracias de corazón Coach: por el tiempo, por las ganas, la buena vibra, las sonrisas, las lágrimas y todas las enseñanzas. Fue increíblemente nutritivo y sanador, e incluso relajante, LA MEJOR TERAPIA DE MI VIDA!

Formarás por siempre parte de aquellas personas a las que jamás se olvidan. Mis más sinceros respetos y cariños, en este día de tu cumpleaños, en los pasados y en los que sigan.


lunes, 2 de diciembre de 2013

Los cien días del plebeyo.~

Una bella princesa estaba buscando consorte. Nobles y ricos pretendientes llegaban de todas partes con maravillosos regalos: joyas, tierras, ejércitos, tronos.

Entre los candidatos se encontraba un joven plebeyo que no tenía más riqueza que el amor y la perseverancia. Cuando le llegó el momento de hablar, dijo:
  - "Princesa, te he amado toda la vida. Como soy un hombre pobre y no tengo tesoros para darte, te ofrezco mi sacrificio como prueba de amor. Estaré cien días sentado bajo tu ventana, sin más alimentos que la lluvia y sin más ropas que las que llevo puestas. Esta será mi dote"

 La princesa, conmovida por semejante gesto de amor, decidió aceptar:
  - "Tendrás tu oportunidad: si pasas esa prueba me desposarás"

Así pasaron las horas y los días. El pretendiente permaneció afuera del palacio, soportando el sol, los vientos, la nieve y las noches heladas. Sin pestañear, con la vista fija en el balcón de su amada, el valiente súbdito siguió firme en su empeño sin desfallecer un momento. De vez en cuando la cortina de la ventana real dejaba traslucir la esbelta figura de la princesa, que con un noble gesto y una sonrisa aprobaba la faena.  Todo iba a las mil maravillas, se hicieron apuestas y algunos optimistas comenzaron a planear los festejos. Al llegar el día 99, los pobladores de la zona salieron a animar al próximo monarca. Todo era alegría y jolgorio, pero cuando faltaba una hora para cumplirse el plazo, ante la mirada atónita de los asistentes y la perplejidad de la princesa, el joven se levantó y, sin dar explicación alguna, se alejó lentamente del lugar dónde había permanecido cien días.

Unas semanas después, mientras deambulaba por un solitario camino, un niño de la comarca lo alcanzó y le preguntó a quemarropa:
  - "¿Qué te ocurrió? Estabas a un paso de lograr la meta, ¿Por qué perdiste esa oportunidad? ¿Por qué te retiraste?"

 Con profunda consternación y lágrimas mal disimuladas. El plebeyo contestó en voz baja:
  - "La princesa no me ahorró ni un día de sufrimiento, ni siquiera una hora. No merecía mi amor."