lunes, 5 de octubre de 2015

Es ella.~


Pocos son los afortunados que en la vida tienen la posibilidad de experimentar situaciones maravillosas, así como dicen, que solo eres millonario o verdaderamente rico, cuando tienes algo que el dinero no puede comprar. Bueno, yo lo tengo a él. Y esta historia, que comenzó con un café una tarde capitalina cuando empezaba a oscurecerse, extraña y asombrosamente despejado, es mi último gran tesoro.

Hasta hoy, no sabe que su calidez, su sonrisa y sus ojos sinceros, terminaron por echarle tierra a mi pasado que día a día me tambaleaba y me atormentaba, y peor aún: me estancaba. Lo supe apenas nuestras mejillas se rozaron por vez primera. No me transmitió ni nerviosismo ni ansiedad ni un solo segundo de las dos horas que conversamos sin parar y sin darnos cuenta cómo avanzaba a zancadas el tiempo, protegidos por un cielo lleno de estrellas. 

Paz, seguridad y calma fue una parte de todo lo que me hizo sentir cuando me invitó a seguirle el paso, cuando no éramos más que dos desconocidos con mucha vida en común, cuando sabíamos que no éramos nada pero ya lo queríamos todo. Ese día supe, que eso era todo lo que necesitaba y que si había más, solo aumentaría la satisfacción y la felicidad. Ese día supe que no había más opción que seguir mirando al frente, que no tenía motivos suficientes para detenerme, que si estaba ahí era por algún motivo y que estaba felizmente condenada a seguirle el ritmo.

No tuve que hacer nada, decir nada. Solo tuve y he tenido que ser y que fluir, porque no hubo más que una mujer pequeña de pie delante de una cafetería con la fachada de una casa al más puro estilo inglés, esperando, sin ninguna clase de expectativas, a un hombre alto, dulce y caballero. Y fue ahí, cuando él lo supo: es ella. 

Nunca se lo he dicho, porque todas las cicatrices del pasado hacen que todo parezca que con el es demasiado pronto, pero no pudo ocultar esa sensación en ese momento, no de mí por lo menos. Cambió su expresión, se relajó. Cambió el ritmo de sus pasos y su pulso. 

Fue todo lo que necesitó. Le bastó solo una milésima de segundo de su vida para saber que había tomado la decisión correcta, que no se arrepentiría nunca y que desde ese día, para el resto de los días que vinieran, todo estaría bien. Aquella decisión cambio nuestras vidas. Hizo que dieran un giro inexplicable y difícil de creer, porque somos absolutamente consientes de la suerte que tuvimos y que tenemos.

A mí corta edad, y aun cuando la vida me ha puesto la coraza cada vez más resistente y mis murallas más altas, por fin la última pieza del puzzle encajó. No necesité más tiempo para decir que él es mi equilibrio perfecto. Éramos dos extraños con un deseo común: encontrarnos, sabiendo que nos habíamos estado buscando desde siempre, para que valiera la alegría y no la pena. 

Está firme a mi lado, recordándome, enseñándome y volviendo a mostrarme todo lo que me merezco y que por desgracia había olvidado. 

Hace que sienta que tengo nuevamente mi corazón dentro de mi pecho, que nadie me lo había robado, que nadie nunca antes lo dañó. No lo esperaba, y una mano divina lo puso en mi camino, frente a mis ojos, mientras estaba muy despierta, para que no tuviera la opción de dejarlo pasar. Y lo agradezco, todos los días, desde ese primer día. 

miércoles, 18 de marzo de 2015

Te Confieso..

Te confieso que pasé noches enteras en vela por tu causa, pensando en tus ojos, deseando un beso, pero te confieso también que eso era antes, que es parte del pasado, de un triste pasado que me niego a revivir. 

Te confieso que me ilusioné con tu iniciativa de reencontrarnos, al punto de perder el apetito, aunque para ti tuviera una intención y un significado diferente, pero te confieso también que luego de que cancelaras no me sentí decepcionada, mucho menos triste. En el fondo de mi corazón siempre supe que un día como ese llegaría y sabía también como terminaría. 

Te confieso que mi cuerpo tembló de pies a cabeza cuando volví a escuchar tu voz después de meses, entonando una promesa que hasta que no cumpla, me pasará por la cabeza como una tarea sin hacer, pero te confieso también que eso no volverá a suceder. 

Te confieso que en dos oportunidades dejé de lado la esperanza de volver a ser tuya y me entregué a recorrer el camino que el destino me estaba mostrando para dejar de serlo, y te confieso que no dudé, que solté el lastre, que ya no lo soy. 

Te confieso que no se si me duele el ego, el amor propio o he vuelto a tener el corazón partido. Me siento lastimada, utilizada y engañada, aunque no llegáramos más lejos, aunque no hiciéramos nada, aunque no nos moviéramos del punto muerto en que nos encontrábamos por tanto tiempo, pero te confieso también que me dolía más tu intermitencia que tu ausencia, porque ni te quedabas ni te ibas: no se puede extrañar a quien no se va, ni olvidar a quien se queda. 

Te confieso que vine hasta donde estoy para demostrarte mi crecimiento, que me había despegado de mis raíces y aunque cada día siento que este no es mi lugar, te confieso que no me arrepiento y que agradezco estar aquí y no allá para no ser testigo ocular y espectadora de primera fila de acciones tuya que yo considero son erradas. 

Te confieso que creí que esta vez sería diferente, pero para llegar a ese punto de credulidad, tuve que engañarme a mi misma, despistar a mi instinto e ir en contra de mi cabeza, cuestiones que después de todo estaban en su justa razón. 

Te confieso que quise dejar una huella en ti, y espero haberlo logrado, pero te confieso también que a cambio yo esperaba lo mismo, y solo quedaron cicatrices. 

Te confieso que creo haberte enseñado solo una cosa: una manera de amar que no conocías y que está en peligro de extinción, pero te confieso que yo también aprendí algo de ti que no olvidaré jamás: todo lo que no es amor. 

Te confieso que soñé que esta versión de "Tres Metros Sobre el Cielo" acabaría de otra manera, pero no, no podía ser más que "Tengo ganas de Ti".

Te confieso que si alguien que conociera la historia completa, con todos sus capítulos, no entendería mis actuales reacciones, porque te confieso que hace algún tiempo atrás habría estado llorando por los pasillos, buscándote en los rincones, pero no, hoy no. Hoy soy un caballo de victoria, de esos en los que paseamos por la ciudad amurallada de Cartagena de Indias la primera noche que llegaste a Colombia. Se a donde tengo que ir y no se me permite mirar en ninguna dirección que no sea hacia delante. Se lo debo a mi autoestima, a mi orgullo, a mi dignidad, a mi femeneidad, a mi cuerpo y a mi espíritu. 

Y esta es mi última confesión: 
Es por mi. Porque ya aprendí mi lección y por sobre todo: De todas las veces que pudieron ser y no fueron, de todos los intentos fallidos, de todas las oportunidades, ésta, ésta, es la primera vez que te dejo yo a ti y no tu a mi. 

Porque ahora conozco y reconozco mi valor para el mundo, porque ahora compruebo que nadie es indispensable para otro y que por lo mismo somos fácilmente reemplazables.

Y así, 
Te confieso que te quise, que te amé, pero te confieso también que ya no, que ya no más.