Nadie
entiende la dureza y sensibilidad de un alma hasta que escucha la historia que
hay tras aquel cuerpo. Juzgamos por las apariencias la mayoría del
tiempo para mal, pero hay un porcentaje probablemente más pequeño que lo hace
para bien. El que sonría no necesariamente significa que todo conmigo esté bien
o sea completamente feliz.
Los
dolores son del alma, no se ven, ni son posibles de descubrir viendo las
expresiones faciales de alguien, en una básica comparación en relación a si su
sonrisa es más grande o pequeña desde la última vez que lo viste. Y aunque la
célebre frase dice que el cuerpo es el reflejo del alma, lo que es tan real
como que existimos, son los ojos el único lugar del universo en el que se puede
leer una historia, una memoria, un mensaje que no está siendo dicho con
palabras. Si conoces verdaderamente esos ojos, sabrás cuales son los males que
atormentan aquella vida, sus fantasmas, incluso sus grandes heridas.
Darse el tiempo de conocer a alguien, a un amor, a un amigo, es
tener la valentía de aprovechar la oportunidad maravillosa de conocerse un poco
más a uno mismo. Si ahí, en azules, amielados o verdes
rincones de cristalinidad no encuentras las respuestas necesarias que te
satisfagan, entonces pregunta y si aun así no las hay entonces insiste, un poco
de presión siempre ayuda. Darse por vencido jamás, agachar la cabeza nunca es
una opción. Da siempre lo mejor de ti y verás que solo recibes alegrías, se
cosecha lo que se siembra.