Hoy encontré mi lugar en el
mundo: es un café del centro, pequeño y acogedor, al que vine por primera vez
con una de mis mejores amigas a comer un helado en un día soleado. Nos sentamos
en un patio interior al que llaman terraza a conversar de la vida, de los
actuales y antiguos amores, a intentar arreglar el mundo cucharada tras
cucharada. De aquella visita resultaron planes y muchas y muchas sonrisas.
Hasta hoy, siempre vine
acompañada, el garzón ya reconoce mi cara cuando me ve entrar y estoy segura de
que de aquí en adelante ya no tendrá que preguntar más que se me ofrece si no
que solo traerá para mí un tazón de chocolate caliente que suelta vapor con la
fría brisa que entra a ratos por una puerta abierta.
Hoy estoy sola, sentada en la
misma mesa de la esquina de siempre y el resultado de hoy serán estas líneas, y
probablemente alguna que otra traidora lágrima. El día está frío, pero me
agrada, a tal punto que podría acostumbrarme a este ritual e incorporarlo a mi
rutina de escribir, incluso a la de estudiar. Aquí hay paz, no entra ni sale
mucha gente, hay siempre buena y tranquila música, un televisor encendido cerca del techo sobre mi cabeza con el volumen casi inaudible, luz natural y tenue, y cada vez el chocolate
caliente sabe mejor.
Si hace poco más de un año atrás,
me hubieran preguntado cuál era mi lugar en el mundo, habría respondido sin
lugar a dudas: "los brazos de la persona por la que más me he apasionado en mi
corta vida", él, el mismo del que tantas veces he escrito, del que tantas veces
me he despedido y jurado que no volveré a escribir, pero nuevamente hoy me
resulta inevitable. ¿Después de tantas palabras, aun me quedan más? Sí, y creo
que siempre las tendré, así es que no batallaré más contra el pensamiento de
hacerlo o no hacerlo. Si me nace, simplemente lo haré.
Hace poco más de un año atrás, no
veía mi mundo propio gobernado solo por mí, me aterraba la soledad y aunque a
ratos la disfrutaba, nunca lo hice por tardes completas como lo hago ahora. El tiempo y
la distancia me ensañaron a poner energía y amor en otros lugares donde antes
mi mente y corazón no estaban tanto tiempo y no ocupaban tanto espacio. Siempre
estuve presente para mis amigas, pero mientras estaba acompañada era muy
difícil que tuvieran mi prioridad a menos de que fuera realmente importante.
Nunca las dejé, pero ahora las compensé, lo sigo haciendo, y lo seguiré
haciendo. Ahora, cuando se trata de mi, ya no está ese sin sentido pensamiento
de sentir que estoy perdiendo el tiempo cuando podría estar en otro lugar o con
alguien más, ahora ese tiempo lo vale cada segundo. Creo que a todo esto le
llaman crecimiento, y creo que nunca
dejaré de crecer, tampoco de creer.
Porque cuando creía que ya no
había más espacio para un “nosotros”, el destino me mostraba un camino que yo
no había considerado, ojos brillantes que no esperaba por nada del mundo volver
a encontrármelos de frente, saludos cariñosos, conversaciones banales y una
promesa que hace varios años atrás me juré a mi misma que no aceptaría de ningún
antiguo amor: “¿Amigos?”. Y como dice la canción: ¡Amigos para qué maldita sea!
¿Se puede? El cariño con el
tiempo se transforma así que sí, sí se puede, pero solo con el tiempo, sin
contacto permanente, guardando distancia y siempre y cuando ambos hayan
continuado con sus vidas y tengan el corazón cien por ciento volcado en ello,
en ella o en él, porque si uno de ellos aun mantiene la esperanza de un
reencuentro, la promesa se vuelve una agonía, que queda flotando en el aire,
porque después de todo cuando se trata de las cosas importantes de la vida,
seguimos estando aquí, yo para ti como siempre a pesar de todo y tu para mí;
pero sin los besos y las caricias de antes, demostrando a los demás que
formaron parte de nuestra destrucción que está todo bien y mejor que
nunca, pero sin los compromisos que trae
implícito el amar.
No sé exactamente qué es lo que
sucede para que dos personas se unan. Tal vez la sintonía, tal vez la sonrisa,
tal vez las palabras o probablemente las ganas de compartir algo nuevo, de
hablar de sí mismos, de descubrir lentamente lo que el corazón desea, aprender
a quererse o tal vez todo esto sucede sólo porque tenía que suceder, porque las
almas están destinadas a encontrarse antes o después, pero sucede. Llegamos a
convertirnos para algunos en “lo más importante que haya tenido”.
Pero que no sea tarde, que no sea
demasiado tarde, para darse cuenta y recordar el sentimiento, para que el universo
nos guíe para hacer todo por amor y con amor, a sentir desde adentro. Quizás
puedas ver lo que muchos ven y nadie te
dice y tú te niegas a ver y puedas volver a maravillarte con aquella pequeñez
que te enamoró. Un día marqué tu vida y precisamente ese día fue un antes y un
después, para ti y para mí. No estás solo, mira en tu interior, escucha a tu
corazón y aléjate del miedo que nunca ha sido buen consejero y que precisamente hoy te tiene
donde posiblemente no quieras estar.
No espero que se la juegue por mí
como yo lo he hecho por el hasta el cansancio. Deseo que apueste la suma más
alta por si mismo, por sus sueños y metas, por su crecimiento y ser mejor
persona cada día; porque guardo la mínima esperanza de que cuando lo haga
realmente, se despojará definitivamente de todo lo que no aporta en su vida, de
los buitres que lo rodean, del deseo mal canalizado de querer a alguien, y que
al fin de ese proceso, cuando esté realmente consigo mismo y con el tremendo
ser humano que lleva dentro oculto y muestra solo a algunos, vuelva sobre
sus pies y caminos que lo llevaron un día a preguntarme si era capaz de
acompañarlo a vivir una vida a ochenta kilómetros por hora, porque llevaba un ritmo de doscientos, mismo día que respondí
con la mayor convicción de la que soy capaz: “si puedo, si quiero”. Que ese día
que recuerde todo ello, recuerde también que jamás en la vida le haría daño y que tampoco
volvería a ser capaz de aguantar que él me hiriera a mí, al mismo tiempo en
que entono al cielo la plegaria de que no sea demasiado tarde, que no sea
demasiado tarde.
Durante algo así como una hora, en
la mesa de al lado, un par de colegiales adolescentes de último año, conversaron
sobre la pena del más corpulento de los dos, su compañero de café, de extrañar a
una compañera que este año ya no está en su colegio, y de su tranquilidad de
saber que aunque sus amigos le decían que ya bastaba con seguir jugándosela por
ella, él ahora sabía que había hecho de todo cuanto pudo y no pudo por tenerla
con él, pero ella había decidido bajar los brazos definitivamente: “Amigo-le decía-
palabras solo traen más palabras, quédate con los hechos que son tan diferentes
de sus palabras, esos son los que realmente cuentan y lo que nunca vas a
olvidar. Le demostraste que la querías para no tener que decírselo más, tal
como tiene que ser. Eso es amor. Tú lo intentaste y ella se rindió, ahora
tienes que continuar viviendo como hacías antes de que ella apareciera en tu vida.” “No puedo- respondió-” “¿No puedes o no
quieres?-replicó”.