Suele pasarme, de cuando en vez, que las palabras no me resultan suficientes para explicar las sensaciones que alguien que considero especial, provoca en mí.
Suele pasarme, ya no tanto de cuando en vez, que en mi cabeza fluyen discursos perfectos, de cosas que quisiera decir a una persona directamente, de diálogos que puede que jamás en la vida tuvieran lugar y espacio. Suenan completamente coherentes y son de rápida ejecución mental. Hasta ahí, no hay ningún problema. El dilema se produce en el instante preciso en que me digo a mi misma: ¡perfecto, está listo! Y acto seguido aparecen esas ganas casi mortales de querer retroceder el cassette y ponerle play para poder pasarlo al papel, pero no hay cassette.