Hoy son tres meses, noventa días. Contados
hacia atrás parecen poco, pero día a día fueron eternos. Visité el mismo lugar
aquellos días, cada día, sin excepción. Estacionaba en el mismo lugar en que lo
hice la primera vez, hace poco más de un año atrás. Cada visita traía consigo
las mismas sensaciones de la primera vez, más intensas, más angustiosas.
Fui noventa veces a buscar a la niña linda que
la última estrellada noche de un noviembre daba un emocionado si de respuesta.
Fui noventa veces siguiendo las mismas instrucciones de la vez primera, el
mismo camino. Cada día con la esperanza de ver a lo lejos a un par de hermosos
ojos verdes venir por mi, hasta mi y vendar mis ojos y guiar mi caminar hacia
la arena fría, sintiendo la brisa marina en las mejillas. Vez tras vez cargué
conmigo la esperanza de traer de vuelta a aquella dulce jovencita, de verla de
nuevo y entregarle un corazón entero, eterno palpitante de aquel sano amor
compañero. Tantos impulsos que fueron energía transmitida como momentos,
hermosos recuerdos.
Iba, porque siempre ahí, en el mismo lugar en el que dejo que las velas
revelaran sus deseos, encontraba el verdadero consuelo de mi espíritu. Y aunque
era la única sentada contemplando el ir y venir de las olas, siempre estuve
acompañada: los primeros treinta fueron mis lágrimas, fiel reflejo de la
angustia, Pena, melancolía y nostalgia que sentía, de mi misma. Los siguientes
treinta o puede que incluso hasta los cuarenta y cinco, ni la rabia, ni la
impotencia, mucho menos la frustración me dejaron sola. De ahí en más, poco a
poco, y en considerable aumento, me reconcilie con mi paz interior, con mi amor
propio. El primer día de ellos, traje conmigo de vuelta a casa a la pequeña de
cabello rizado. No sonrió durante el viaje de regreso, iba muy atenta al
camino, de no perder ningún detalle, de no olvidar el camino, de reconocer
algún rostro. Aquel día no hubo más lágrimas, aquel día continuo la vida, más
viva!
Aquel día que la encontré debió tomar una
decisión, pero la pregunta esta vez era distinta: te quedas aquí para siempre y
te rindes? O vienes conmigo y continuamos?
Optó por la tranquilidad de su corazón, eligió
volver a intentarlo aunque fuera la última vez. Decidió darle espacio a la
felicidad. Dejo fuera a su mente, espíritu, alma y corazón se hicieron eco de
una misma respuesta.
Sólo el destino, el tiempo y todo cuanto conspire en nuestras elecciones
mostrarán si en realidad estuvo bien o mal. Sólo hay que disfrutar la espera,
aprovecharla al máximo.
No esta permitido volver a nada de esto, no es una opción. Aprendió su
lección, todos aprendimos. Esa es nuestra misión en la vida: nos traen al mundo
para aprender y no tan sólo conocimientos sino también acerca de nosotros
mismos. Con todo ello aprendí de mi, y es lo único positivo. Y una vez
cumplida la misión un alguien superior nos llama a su costado.
Adiós, fue un placer!